Un rasgo de la víctima como síntoma del
verdugo (fragmento) [1]
Lidia Ferrari
Una vocación argentina
por las bromas pesadas
[…] De acuerdo con esta ecuación que relaciona estrechamente el síntoma
del bromista con el rasgo del titeado, ¿podría pensarse una vocación colectiva
por las bromas pesadas en ciertas épocas de la Argentina? ¿Si fuera de esa
manera, qué revelaría? En continuidad con la hipótesis de que en cierta afición
argentina por las bromas pesadas se expresaría un síntoma, se debería indagar en
la descripción del rasgo de las víctimas que hacen los bromistas, ya que ellas
nos podrían conducir a lo que hace síntoma en el bromista argentino. ¿Cuáles
son sus víctimas, qué rasgos portan? Si examinamos la variedad de siluetas de las víctimas de bromas
pesadas predomina un perfil que insiste en la ingenuidad o la credulidad de la
víctima. Pero la ingenuidad o la credulidad, el ser incauto frente a una broma,
es una condición estructural para la efectuación de toda broma pesada, pues
ella sólo se hace posible cuando “cae” la víctima en el engaño, esto es para
las bromas de todo tiempo o lugar, como parte del procedimiento general de la
broma pesada.
Entonces se podría pensar que con esta afición por las bromas pesadas se
privilegia un tipo de diálogo entre engañador-engañado, vivo-tonto y todas sus
variantes, lo que mostraría una afición por este tipo de intercambio. Encontramos esta insistencia,
como si la contraposición entre vivo y zonzo fuera una matriz, un síntoma de
una manera de estar con los otros en
algunos momentos de la vida argentina. Una manera de estar con los otros a
través de esta dualidad: engañador-engañado, vivo-zonzo, verdugo-víctima y como
si esta manera del intercambio opacara, en ciertos momentos, otros modos de
intercambio. Esta hipótesis no sería descabellada a la luz de los significantes
que Viñas menciona cuando dice que se trata de encontrar el “lado flaco”, el
“punto débil”, un tonto, un
defecto, alguien que, como lo estamos
leyendo aquí, se pueda ubicar en el lugar de la falta, del castrado. El otro
será el zonzo, el engañado, el ingenuo, el provinciano, el gil.
Julio
Mafud, en su Psicología de la viveza
criolla ha señalado que la Argentina es el país que más sinónimos tiene de
los vocablos vivo y zonzo con sus variaciones[i].
En el listado que Mafud presenta de estos vocablos se observa que las voces para designar al zonzo superan
ampliamente a las voces para designar al vivo. No nos sorprende ya que la “voz
cantante” la tiene el vivo. Existen más palabras para designar al Otro de quien
se habla, ese lugar de objeto que no se quiere ocupar. Este afán imaginario de
no ocupar el lugar del zonzo parece estar en el origen de tantos fenómenos que
comprometen de diversa manera la crueldad en la diversión: burlas, bromas, titeo y fumistería.
En el caso de las bromas pesadas, la pequeña comunidad de bromistas expulsa de sí
eso que también la constituye, porque no quiere saber nada de la lógica del “no
hay”[ii]. Algo así como un mecanismo de glorificación
del narcisismo del grupo que reniega, rechaza ciertos aspectos y los transfiere
a ese otro que siempre se presenta como fallado, carente, hasta feminizado.
Jorge
Alemán hace una interesante propuesta para poder pensar el Común, como él lo
llama, “desde la lógica del «no hay» para inaugurar una nueva posibilidad
acerca del enigmático «ser con los otros»”[iii].
En esta apuesta a una manera de hacer el Común, esa parte de la vida social o
del grupo que accede a este desafío de “hacer juntos con el vacío de lo que «no
hay»”[iv], se hace necesario que primero el grupo haya podido vérselas con el
vacío de lo que «no hay». Esta manera de la socialidad que estamos describiendo
está en las antípodas de poder construir ese Común. Esos grupos, como el de
Ingenieros o de Laferrère, están embarcados en la Lógica del todo, una lógica
masculina que cuando debe vérselas con
el «no hay» lo expulsa, lo aplasta.
Habría
dos formas de goce que son satisfechas en este “enclave de satisfacción”[v]. Por un lado, la vertiente sádica en el ejercicio cruel sobre el otro.
Se goza del otro haciéndolo sufrir y padecer algo que no puede entender. La otra satisfacción se
obtiene de la renegación lograda. Ambos modos se encuentran. Y esto no es
aleatorio. La vertiente sádica y la Verleugnung
convergen en las bromas pesadas.
[…]
Para Viñas, el titeo [broma pesada] supone una “situación grupal donde
el ‘nosotros’ encarna y disuelve la solidaria responsabilidad del verdugo en su
relación con la víctima. La violencia de la diálectica verdugo-víctima se
atenúa al socializarse en el grupo”[vi].
La relación dual víctima-verdugo encontraría una justificación y una
amortiguación en sus consecuencias al grupalizarse. Efectivamente, el titeo o
la broma pesada es siempre un dispositivo grupal y en la mayoría de los casos
se trata de un grupo que posee un líder. Esto señala la importancia de los
cómplices. El que manifiesta poder sometiendo a la víctima, socializa su poder
con los cómplices y acrecienta su goce al transferirles una porción de poder,
placer y saber en la escena. Al tiempo que se atenúa la responsabilidad del líder-verdugo se comparte el goce en la violencia.
El relato de la broma pesada ubica a la víctima presentando un rasgo que
lo diferencia de los otros. Ahora
bien,
es en la misma operación en la que se registra la diferencia del “candidato”
que adviene la homogeneidad de los que lo miran de esa manera. El rasgo se
produce en el momento lógico en el cual el grupo se une y compacta en esa
distinción del “otro” diferente. ¿Pero, por qué razón esa ausencia, detalle o
rasgo diferencial deben ser sancionados y escarnecidos, como parecería ocurrir
en la broma pesada y en otros mecanismos de exclusión?
Aquí
es necesario interrogarse acerca de cómo se genera el grupo o cuáles son las
condiciones de constitución de ese grupo. Se podría pensar en que una
diferencia o un rasgo que pone en evidencia al grupo como tal, le muestra,
simultáneamente, la posibilidad de su falta o disolución. Se presenta así tanto
su unidad como su posibilidad de extinción como grupo, lo que atenta contra su
integridad. Eso significa que la constitución misma del grupo es frágil.
¿Frente a qué cosa es frágil? Frente a la diferencia. La diferencia que se
presenta con el estatuto de una insuficiencia. Esto pone en riesgo la unidad,
la coherencia, la identidad. Razón por la cual ellas son frágiles, inestables y
provisorias. Obviamente, dependerá del tipo de constitución grupal lo que
determinará la mayor o menor tolerancia a esos rasgos diferenciales. Cuanta más
pretensión de homogeneidad, mayores riesgos de disolución. Cuanta más
tolerancia a la heterogeneidad, el grupo resistirá desde su propia fragilidad
frente a lo que amenaza disolverlo.
[…]
[1] Fragmento del artículo: "Un rasgo de la víctima
como síntoma del verdugo" publicado en la revista “Psicoanálisis y el
Hospital” Nº 50: EL SÍNTOMA, 2016. Fragmento del libro La diversión en la crueldad. Psicoanálisis de una pasión argentina,
de Lidia Ferrari: Letra Viva, 2016.
[i] Psicología de la viveza
criolla. Contribuciones para una interpretación de la realidad social argentina
y americana. Buenos Aires, Américalee, 1965.p.125.
[ii] “Nuestro Común es lo que podemos
hacer juntos con el vacío de lo que «no hay»”.
Alemán, Jorge. Soledad: Común.
Políticas en Lacan. Madrid, Clave Intelectual, 2012. p. 57
[iii] Alemán, J. Soledad: Común. Ob. Cit. p. 56
[iv] Ibidem
[v]
“Después de todo, las insignias, los blasones, las tradiciones, los monumentos,
las leyendas, etc, son distintas modalidades de fijación de ese “plus de goce»
o más sencillamente, son inscripciones donde la historia se cristaliza para
luego prepararse como tradición. El sentido marxista de la historia no ha
encontrado las condiciones teóricas para dar cuenta de esos «enclaves de
satisfacción» que fijan los mundos simbólicos a sus referencias más estables y
sin embargo más enigmáticas y alcanzadas, incluso por el sinsentido. Pues el
monumento esconde siempre un síntoma escondido, una fijación de goce enigmática
que la épica esconde entre sus argucias retóricas”. Alemán, J. Soledad: Común. Ob. Cit. p. 52
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