jueves, enero 15, 2009

"EL CHICO QUE NO PODÍA ESPERAR". DE URGENCIAS, GARANTÍAS E INCERTIDUMBRES - Lidia Ferrari

Artículo publicado en el Cuaderno de Trabajo del Departamento de Orientación Vocacional Nro. 1. Departamento de Orientación Vocacional. Ciclo Básico Común. UBA. Oficina de Publicaciones CBC/UBA. Buenos Aires. Marzo de 2003.

El "chico que no podía esperar"

Matías es un chico de 17 años que dice, apenas comenzado su proceso de orientación vocacional. "Yo soy un chico que no puede esperar". Se puede analizar a partir de la construcción de dicha frase cierta posición en la que se encuentra Matías, equivalente a la de muchos adolescentes que producen ciertas afirmaciones respecto de sí mismos.

El momento de la consulta de orientación vocacional, al finalizar la escuela secundaria, es un espacio de litoral, de ancho borde por el cual transita alguien que comienza a preguntarse por sí mismo, a pensar en quién es y qué le pasa, cuáles son sus deseos, sus aspiraciones con elementos que muchas veces son referidos por el discurso de sus padres. En ciertos casos se puede ver claramente, en un intento de objetivarse, que hablan desde sus padres para poder decir algo sobre sí mismos.

Matías está haciendo una carrera en la UBA y como no le ha ido muy bien, piensa cambiarse de Universidad. En este tránsito, le faltan meses para terminar, su padre le sugiere que igual apruebe materias en la UBA. El padre, por lo visto, no quiere que pierda tiempo.

Por eso más adelante, después de haber andado un camino de interrogación a esta frase, dirá: "Mi papá quiere que estudie en el 2do. Cuatrimestre en la UBA ...es al cuete... ...quiere que lo haga. Yo quiero empezar de cero. Quiero hacer las cosas bien. No siento que perdí un año. No tengo apuro. Yo quiero esperar, empezar el año que viene de cero."

La frase: "yo soy un chico que no puede esperar"

¿Quién no puede esperar? El padre, sin duda. Un hombre mayor que no se ocupó de sus hijos mayores de su primer matrimonio. Ahora tiene tiempo para este hijo, pero le queda poco tiempo a él, quizá. La sintaxis "yo soy un chico que..." permite escuchar lo que a través de esa forma de construir la frase se dice.

Si fuera Matías el que enuncia una verdad sobre sí mismo se hubiera escuchado "no puedo esperar", Pero no se formula en primera persona, sino en una primera que habla de otra: "Yo soy" para luego decir "un chico que"... es ese chico el que no puede esperar.

En el enunciado se quiere decir algo que todavía no puede decirse con todas las letras, pero que logra darse un lugar. ¿Quién es ese "chico" que no puede esperar? ¿Quién es ese "chico"? Matías se muestra ansioso pero en esa frase logra enunciar que no está claro qué o quién lo pone ansioso.

Si separamos esa frase tenemos:

1. "Yo soy un chico...". Aquí enuncia que es un chico, se asigna un ser que lo sustancializa en el niño de la infancia, un ser "chico". Para lo que quería decir, hacer notar su urgencia o su no poder esperar no necesitaba enunciarse como un chico. Se considera un chico, pero no sabemos para quien.
2. "... que no puede esperar". Se afirma en la construcción anterior. La desinencia verbal hace referencia a una tercera persona que es "ese chico". A través de la sintaxis, se cuestiona el sujeto. Si es cierto que no puede esperar, ¿quién es el sujeto que no puede esperar?: ¿Matías o ese chico? Vemos a través de esta forma de enunciarse que Matías no logra hacer una afirmación respecto de sí mismo. Es un momento donde se pone en duda su ser. ¿Es o no un chico para sí mismo? ¿ Para quién es un chico? ¿Quién no puede esperar? ¿Alguien no puede esperarlo a él?. Todos estos interrogantes se abren y florecen a partir de su enunciado, en un proceso donde alguien lo puede escuchar.

Cierta forma de construir estas frases son paradigmáticas en la adolescencia, en cierto recorrido que debe hacer ese sujeto que sujetado aún, libra batallas por la desujeción. Que todavía habla en nombre de otros sobre sí mismo. Que todavía ignora si lo que le pasa a él, le acontece o no... Muchas experiencias de orientación vocacional o de análisis con adolescentes permiten escuchar este titubeo, esta duda, ese margen de confusión, donde ser hablado por los padres es correlativo a hablar de sí como de otro.

Por supuesto que Matías, como todos nosotros, cuando habla muestra la ruptura que existe en los distintos planos del mensaje. Una cosa es el enunciado y otro lo que se enuncia a través de él. Todo enunciado separa al sujeto que lo produce.

De algún modo el sujeto está separado de su mensaje. Si bien la enunciación nunca es enunciada, en lo que se dice se puede escuchar lo que se quiere decir, en los mismos pliegues del enunciado.

Matías en esa forma de construir un enunciado puede hacer oír algo que ni él mismo sabe qué es.

Es una frase ambigua. Hay un yo que Matías no puede pronunciar, el de hablo por mí mismo. Como ocurre con el idioma español, que permite al sujeto que habla hacer desaparecer el Yo, en tanto, lo que sostiene la persona es la desinencia del verbo: hablo, puedo, espero. Matías podría decir sin más "no puedo esperar". El que habla no necesita nombrarse pues en la conjugación del verbo está incluída la persona. El "hablo", el "no puedo esperar" no necesita de un sujeto que se enuncie, sólo de que alguien lo diga y se sostenga en ese enunciado.

Cuando se debe duplicar el sujeto, en el pronombre y en la desinencia del verbo, cuando es necesario enfatizar el sujeto, como en este caso, podría decirse que el sujeto todavía no sabe cómo enunciarse..

Matías está en la frontera. Es alguien que todavía se nombra como chico, para decir algo que no está claro si le pertenece o no. No sabemos si Matías se considera un chico todavía, o es el chico de sus padres.

"Yo soy un chico que no puede esperar" es un esfuerzo por hablar en nombre propio que no se logra.

Quizá es necesario para Matías esa forma de enunciar lo que le pasa, pues no está claro que él quiera decir "yo no puedo esperar". Por otro lado, el enunciado que lo implicaría verdaderamente en su decir sería el más enfático "no puedo esperar". Cuando alguien está cansado de esperar o sabe que no va a esperar dice, con énfasis: No puedo esperar, y abre la puerta y se va. No necesita nombrarse como sujeto, pues se lo sobreentiende en el énfasis de la frase. ¡No puedo esperar!.

Matías puede esperar, de hecho lo desea... desea que ese que lo apura lo deje tranquilo pero no sabe aún que ese es otro y no es él. No ha podido articular aún qué y quién lo apura... Enunciar en este momento que él tiene tiempo, que el apurado es el padre e interrogar quién no tiene tiempo, eso es crucial en este proceso de orientación vocacional.

Por eso más adelante dirá. "Mi papá quiere que estudie en el 2do. Cuatrimestre en la UBA... Yo quiero empezar de cero... No siento que perdí un año. No tengo apuro. " Y aquí sobreviene una frase que ahí sí, no necesita hacer ninguna construcción, ni enfatizar el sujeto ni decir de la acción en tercera persona. No tengo apuro, es una frase simple, clara y donde Matías enuncia una verdad para él en ese momento. Comenzó diciendo, de forma ambigua, que era un chico que no podía esperar. Llega a afirmar de forma clara y precisa que no tiene apuro.

Matías está haciendo el CBC en la UBA y se quiere cambiar a una privada, por un montón de razones. El padre le plantea que, mientras se muda a otra Universidad, no pierda tiempo y rinda materias.

Matías, por el contrario, está decidiendo comenzar en otra Universidad, el año que viene. Poder afirmar esto y poner en diferencia lo que quiere él de lo que quiere el padre lo tranquiliza. Necesita afirmar esto para pensar tranquilo.

Aquí deja de ser el chico, deja de ser el yo y deja de hablar de sí en tercera persona. No tengo apuro le pertenece. Soy un chico que no puede esperar es prestado.

Pero se sabe, esa diferencia entre yo y el otro nunca es diáfana, absoluta. Por el contrario, en ese amplio margen, la urgencia que es del otro también le pertenece. Recién cuando puede enunciar "no tengo apuro" se le aparece a él su posibilidad de esperar. Nunca antes, porque la ansiedad le pertenecía tanto como al padre.

Tener o no tener tiempo... poder o no esperar... El tiempo aquí se relaciona con esos tiempos subjetivos, neuróticos que apresuran y esos otros tiempos, el de la universidad que, en este caso, le da chance de esperar. No se trata ahora de que no puede esperar sino de que quiere esperar.

De certezas y garantías

Pero Matías viene con otras urgencias, no sólo la del tiempo.

En el transcurrir temporal es cuando se deben realizar las cosas, las actividades.

Para Matías el proceso de orientación vocacional también es el lugar donde se imagina que alguien puede decirle lo que él debe hacer. La orientación vocacional es el lugar donde se plantea el imperativo de tener la certeza de qué hacer.

Este qué hacer no es el de la desorientación, el qué hacer de la pregunta que pone a andar el desconocimiento, la desinformación, la exploración por los propios gustos y habilidades. El qué hacer es una pregunta imperiosa en búsqueda de respuestas para Matías. ¿Qué respuestas? Por supuesto confirmar qué carrera seguir. Pero en primerísimo lugar saber en qué universidad estudiar. La carrera debe ser la adecuada para él, pero la universidad debe ser la mejor. Como de dinero no se trata no importa el precio. Parece que no hay límites. Estudiar en la mejor universidad es la garantía de algo. La necesidad de saber cuál es la mejor universidad pone a andar una serie de reflexiones sobre un fondo angustiante que tiene la necesidad de una respuesta. A poco de andar, como pasa casi siempre, se encuentran los límites de la pregunta. Tal universidad no porque es muy elitista, tal universidad no porque es caótica, tal universidad no porque..., y a la pregunta por la mejor universidad desde una perspectiva ilimitada se llega a que ya tiene el nombre de la universidad. Porque no quiere estudiar en una universidad muy exigente, ni en una pública, ni en una... Matías ya dispone de la respuesta, desde los límites que le imponen sus propias exigencias y prejuicios: no debe ser de tal modo, debe ser de tal otro, entonces ya no se trata de la mejor universidad.

Las urgencias muchas veces van de la mano de la necesidad de garantías. Que alguien garantice que esa va a ser la mejor universidad o la mejor carrera o la mejor elección o el mejor destino. Como el orientador vocacional no puede garantizarlo esto permite hacer evidente la urgencia o hacer notar ese pedido de garantías absurdo en la medida de que falta muy poco para darse cuenta de la posición en la que se ubica quien sólo puede pedir eso. Muchos procesos de orientación vocacional dan lugar a que alguien a partir de ahí se pueda ubicar en otra posición y comience a pensar lo que quiere hacer más desprendido de mandatos y urgencias parentales y/o propias. Otros, llegan al punto de esa evidencia y quizá, como Matías, se dan cuenta que ya han hecho una elección. La universidad ya la tiene elegida, no por ser la mejor, sino porque los límites que tiene él mismo frente a su selección, le deciden la opción. No está claro que esa sea su carrera, pero sí que hasta allí llegó para poder pensar... La decisión, lo hemos dicho en otra oportunidad, sobreviene, acontece. Quizá aquí no se hace una apuesta comprometida sino la apuesta que hay que hacer cuando se deben tirar los dados que tenemos en la mano cuando ya todos los demás han arrojado los suyos.

Pedido de garantías y pedido de ayuda en un mundo inseguro

En el caso de Matías está claro un pedido de garantías imposible de satisfacer, que viene del lado de sus padres y de él mismo.

En el marco de la seguridad de lo familiar se abre, para todo adolescente, el mundo con sus incertidumbres e inseguridades. En sus 17 o 18 años los adolescentes comienzan a enfrentarse con la relación con un mundo que hasta ahora era mediatizado y suavizado a través de sus padres.

En un momento como el actual, el mundo se abre, se ofrece con muchas incertidumbres o, para situar lo que queremos comentar, ofrece bastantes certezas de pesares e incertidumbres. Es necesario pensar que las incertidumbres por el futuro han sido siempre esas que tiene todo sujeto por el hecho de que no se puede predecir lo que vendrá. Esta es una época en la que circulan ciertas certezas acerca de la desocupación, de la inestabilidad económica, de la creciente exclusión social, todas ellas certidumbres de estar en un momento de rigor y de pesar socio económico y cultural. Esto hace que, no necesariamente, toda persona preocupada, angustiada y en búsqueda de respuestas a las preguntas a veces intolerables sobre su futuro esté sustentada por una búsqueda de garantías que no existe. Por el contrario, así como se pueden ver casos como el de Matías, donde hay una exigencia explícita de garantías, también en una amplia mayoría los jóvenes se encuentran con la necesidad de la exploración para la previsión, para poder realizar las acciones que liguen el destino que se quiere tener con la propia voluntad y no con el azar o los designios de los ministros de economía o de los fondos de inversión. Esa necesidad de buscar, explorar, investigar y querer seguridad respecto a los pasos que se dan, conducen a las consultas de orientación vocacional a más padres que antes. Se ven más padres preocupados, consultando y acompañando a sus hijos. Es necesario aclarar que nuestra forma de trabajo no incluye directamente el trabajo con los padres, salvo excepciones, pues consideramos que muchos procesos de orientación vocacional deben hacerse en un marco de cierta separación del ámbito familiar. En una gran proporción, el proceso de orientación vocacional es el primer ámbito por fuera de la escuela, la familia y los amigos donde se puede hablar y reflexionar sobre temas cruciales como la construcción del propio destino.

Por estas razones se puede entender que en este momento concurran y acompañen los padres a sus hijos más que en otros momentos. Podríamos pensar que hace 30 o 40 años los padres estaban preocupados por el futuro de sus hijos, pero no era tan angustiante y amenazante como el de ahora. Tampoco esos hijos querían saber nada con que sus padres los acompañaran pues la independencia y la autonomía eran lo más importante para ellos1. La posibilidad de arreglárselas solos era clara y cierta. Había cierta seguridad de que se obtendría trabajo. Había seguridad de que habría otros lugares de acogimiento y seguridad aparte de la propia familia. Son los mismos jóvenes –en su diferencia- que no querían ser acompañados por sus padres los que hoy aceptan su compañía. No son necesariamente chicos vulnerables y dependientes. Todos están advertidos que la situación es difícil y se unen con sus padres para tratar de tener más herramientas para enfrentar la realidad. Esta situación no debe confundirse con el pedido de garantías –aunque muchas veces se mezclen- del caso de Matías. El pedido de garantías se eleva hacia un Dios omnipotente o hacia un campo de certezas difícil de hallar, algo que sustenta la necesidad de dar pasos seguros, de evitar rutas peligrosas, de eludir angustias.

En orientación vocacional es necesario poder discernir, en eso que aparece confundido, cuando se trata de un proceso que le puede allanar, facilitar, ayudar a construir un camino con un poco más de seguridad y cuándo, a través del pedido de orientación vocacional está el pedido de garantías para no equivocarse, para el éxito asegurado, para la ausencia de conflictos y sinsabores.

Destacamos entonces la diferencia que existe entre esos pedidos de garantías con esos llamados para aumentar la confianza, para conocer más el camino, para unirse con otros en la travesía. El pedido de garantías es urgente e imperativo, no da lugar a la vacilación o al no saber. El pedido de ayuda es la necesidad de la construcción con otros de un destino que no es sólo singular.

El pensamiento angustioso por el futuro surge cuando éste se ve amenazado. Cuando el futuro se visualiza promisorio el sujeto está más tranquilo construyendo su presente.


(*) Artículo publicado en el Cuaderno de Trabajo del Departamento de Orientación Vocacional Nro. 1. Departamento de Orientación Vocacional. Ciclo Básico Común. UBA. Oficina de Publicaciones CBC/UBA. Buenos Aires. Marzo de 2003. ISBN 950-29-0707-8.

1 Queda para otro trabajo el desarrollo de la incidencia en los ideales en los jóvenes de hoy, los ideales paternos. Muchos jóvenes aún sostienen ciertos ideales de independencia y autonomía que, si bien son deseos genuinos que encuentran obstáculos en la realidad, también pueden ser ideales que en su faz superyoica inmovilicen, inhiben y desorienten a quien tiene que comenzar a construirse un camino. Esos ideales de independencia ni bien terminan la escuela secundaria, en algunos casos, alimentan un sentimiento de fracaso por la dificultad en su realización.

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