viernes, febrero 06, 2009

El lugar del Padre. Sobre la obra de A. Strindberg. Lidia Ferrari

Fragmento del artículo Publicado en “El Padre en la Clínica Lacaniana”, por la Escuela Freudiana de Buenos Aires. Homo Sapiens Ediciones. Rosario. 1994.

Sabemos que es necesario para el hijo el testimonio de la madre sobre el padre, ¿también para el padre?

En Francia, a partir de 1972 la legislación se ha modificado y pierde vigencia el principio por el cual el padre es quien designa el matrimonio. Pero esta sustracción posible de la paternidad desde el derecho reafirma que la paternidad puede ser sustraída y que eso se ubica del lado de la mujer madre. SI el derecho no lo sostiene más en su paternidad. ¿de qué se sostiene un padre?

En esta obra, la madre-esposa, el médico y los que lo rodean van progresivamente destituyéndolo como padre. Laura intercepta sus cartas, lo hace pasar por loco, y va a llegar a ser declarado insano.

El nacimiento de un niño se liga a un orden simbólico. Y es allí donde la paternidad respecto de ese nacimiento es una sanción significante. Es así que en todo acto de nacimiento hay en juego un padre que nombra (o debería haberlo) y que va más allá de la relación coito-alumbramiento.

Que haya un orden simbólico es o que permite situar en lo real alguna falta. De esta falta parece no querer saber nada el Capitán, en tanto busca la certidumbre de su paternidad del lado de lo real (certeza sobre el genitor), pero, y he aquí la paradoja, a través de la palabra de su esposa. Desde la palabra debe dar cuenta de un real. La idea delirante aparece cuando ese real ha sido puesto en juego.

Si se trata de que el padre es aquel que ocupa una silla vacía en una estructura, esto es, un lugar simbólico que lo espera, el genitor no coincide necesariamente con el padre, y en este sentido todo padre es adoptado. Es por ello que el Capitán, en cierto momento, inventa una novela para calmar su incertidumbre, donde aconseja separarse a las parejas y luego adoptar un hijo. Encuentra una forma de salir del atolladero de su paternidad convirtiendo al hijo en adoptivo, pero este invento fracasa porque en su misma construcción muestra que el Capitán ignora que siempre se trata de una adopción. Pero no la que pone en juego a las instituciones jurídicas fácticas, sino de la adopción que a nivel simbólico puede efectuar (y debe) un sujeto respecto de alguien llamado hijo.

El Capitán reclama porque no tiene en qué amarrarse. Se queda sin recursos. Sin los recursos que le proveía su mujer en tanto aparece la sombra de la traición, traición que no es sino del Otro.

No hay garantías, eso se sabe, pero la garantía supuesta a la palabra comprometida, al acto de fe en la palabra, necesario para el sostén de los simbólico, cae en tanto, para el Capitán, aparece la caída de la confianza en esa palabra. Y queda inerme frente al engaño del Otro (esposa).

Es allí donde comienza a preguntarse por ese imposible de demostrar. La paz conmovida sólo podrá ser recuperada en lo real, porque es allí de donde parte la pregunta. Al quedar confrontado con la imposibilidad de demostrar lo verdadero de la paternidad insiste en su interrogación a lo real.
Ahora bien, por el efecto mismo de esta imposibilidad de saber, porque ahí el saber falla, el padre sólo puede emerger como efecto de nominación. Y esto no es sino la transmisión de la castración, nudo de la paternidad.
Cuando el Capitán se confronta con esta falta se derrumba. Pero ¿podríamos decir que el Capitán falla como padre? Esto podría decirse en un análisis de su hija. El derrumbe es efecto de su intento de capturar su ser padre, porque allí jugaba todo su ser. Ni científico, ni soldado ni hombre. Se trataba de su inmortalidad en ese ser padre. Pero Freud nos legó algo: se trata de la muerte cuando se trata del padre. La paternidad se conjuga con la muerte.

Es en la Novela Familiar del Neurótico donde Freud sitúa el momento en que el niño comienza a liberarse de sus padres menospreciados y a reemplazarlos por otros, pues se trata de conservar a los padres ideales a toda costa. Los ensueños diurnos tienen tal cometido. Pero lo interesante del texto es que Freud ubica esta fase cuando se alcanza “una época en la cual el niño ignora todavía las condiciones sexuales de la procreación”. Sigue diciendo: “Poco después, cuando el niño llega a conocer las múltiples vinculaciones sexuales entre la madre y el padre, cuando comprende que “pater semper incertus est”, mientras que la madre es “certissima”, la novela familiar experimenta una restricción peculiar, se limita en adelante a exaltar al padre”.

Seguramente que la exaltación de este padre, sostenerlo como ideal desde lo imaginario no es producto del conocimiento adquirido sobre las condiciones sexuales de la procreación sino de las consecuencias del “pater semper incertus est”, ahí donde aparece un no saber, una falla, el sujeto coloca algo, el padre ideal. El padre ideal sostiene el narcisismo, de ahí que hay que sostenerlo, para ser sostenido.

Y el Capitán lucha para sostener este padre ideal, que es él mismo y en tanto este padre cae, él se derrumba.

2.
Lacan en “Las Formaciones del Inconciente” dice que es la madre la que instaura para el sujeto el lugar del padre. Y esto se pone en juego en la obra de un modo particular.
Laura, como madre de Bertha y como esposa, vacila en su testimonio respecto del padre. Su palabra se torna dudosa, incierta. “la incertidumbre es la que abre el lugar para el engaño” dice W. Granoff, en Filiations. Si la suspensión de las certezas es una condición formal de la represión del goce, no se trata de las certezas puestas en juego en las decisiones comprometidas por la palabra, en este caso, la palabra que atestigua de una alianza o de un pacto.

Por esto es que interrogamos a Philippe Julien cuando plantea:
“Termino pues diciendo que el único garante de la función paterna es la posición de un hombre que ha hecho de una mujer la causa de su deseo. En cambio, lo que en ella ocurre como mujer no es lo más importante (estando supuesto en ella el Nombre del Padre) (el subrayado es nuestro.

Esta frase entre paréntesis se constituye en una condición que limita el enunciado de la frase anterior, porque el “estando supuesto en ella el Nombre del Padre” revela importancia de lo que sucede del lado de la madre.
¿Y porqué es necesario considerar lo que ocurre en la madre? Ya en el Edipo Freud sitúa la castración en la madre como el pivot para el acceso a la castración, y en la transmisión de la paternidad habíamos señalado que de lo que se trata es de la transmisión de la castración.

Ahora bien, tal transmisión puede ser el resultado de una determinación distinta al del agente real. La madre puede permitir o no pasar el mensaje del padre como ley, aunque la relación del padre a la ley la sigamos observando en sí misma.

Entonces, es necesario destacar que la inserción de un sujeto en la línea de las generaciones implica considerar las determinaciones de la singularidad de la alianza de la que proviene. Y es lo que intentamos pensar.

Si en un primer momento pusimos el énfasis en el modo de acceso del Capitán a la incertidumbre de estructura de la paternidad: “Pater semper incertus est”, en un segundo momento destacamos la incertidumbre, radicalmente otra, de la sustracción de la palabra de la madre, esposa. Y lo que esta contribuye al desencadenamiento del drama.
Y estas dos incertidumbres que se superponen en nuestro caso, no se refieren sino a dos registros diferentes. Una, a lo incierto de lo real de la paternidad. La otra se apoya en lo incierto del estatuto simbólico de la paternidad en tanto ella debe apoyarse en la palabra de la madre. Ahoraien, porque hay la una es necesario la otra.

Desde esta perspectiva es que nos interesa hacer un contrapunto entre este modo de alianza así considerada entre el Capitán, padre y Laura, su mujer, con la alianza de Penélope y Ulises, protagonistas del poema La Odisea, de Homero.

Se dice que la Odisea es una epopeya más familiar que heroica. Ulises retorna de su largo viaje después de veinte años. A su regreso partes importantes del poema se dedican al encuentro, pero particularmente al trabajo de “reconocimiento” de Ulises, que deben hacer Telémaco, su hijo, el de su padre: Laertes y el de su esposa: Penélope.
¿Es el viajero que retorna el mismo Ulises?

Para su hijo Telémaco, el reconocimiento ebastante inmediato, sustentado por la palabra de otros y por el dicho de su propio padre.

El reconocimiento de Laertes, padre de Ulises se realiza a través de una marca en su cuerpo, la cicatriz de una mordida de jabalí ocurrida cuando Ulises tenía 10 años en una salida de caza con su abuelo materno. Esta marca perenne, ya en su cuerpo infantil era la traza de una aventura temeraria que podría estar en el origen de su destino de hazañas, y al que su padre recurre para reconocerlo y reencontrarlo.

Pero con su mujer se trata de otra cosa. No es tan fácil. Noes esa cicatriz lo que a ella habrá de importarle para su reconocimiento, marca en el cuerpo que indica que Ulises es Ulises, tampoco es la palabra de todos los que le aseguran la identidad de Ulises, ni siquiera su propia percepción visual. Para la mujer se trataba de una marca secreta sólo conocida por ellos dos. Y la condición para su entrega a él se constituye casi en una prueba. Así pergeña una estratagema por la cual él se encuentra ante la necesidad de hacer ;hacer conocer ese secreto, develamiento del secreto ante ella, que testimonia de su vigencia. Y de que ese secreto ha sido resguardado.

La escena es la siguiente
Penélope le dice a su hijo “Pero si verdaderamente es Ulises que vuelve a su casa, ya nos reconoceremos mejor, pues hay señas para nosotros que los demás ignoran...”
Ulises, a su vez, le dice a Telémaco: “Deja a tu madre que me pruebe dentro del aplacio, pues quizás de este modo me reconozca más facilmente”.

Cuando Ulises cree que ya Penélope lo recibe entregada de amor, se encuentra con lo que él enuncia como “un corazón más duro que el de las otras débiles mujeres”. Indignado por el rechazo, decide irse a descansar y dirigiéndose a su nodriza le pide que le prepare la cama.

He aquí el ardid de Penélope, que sabemos todo lo que ha sabido esperar. Le pide a la nodriza que, como efectivamente lo solicitó Ulises, le saque la cama de la habitación, Y allí sobreviene la reacción de él. ¿Quién corrió mi cama?, o en otra traducción ¿Quién me habrá trasladado el lecho?. Y esta reacción no es sino la prueba que esperaba Penélope. Porque esa cama fue construida por él mismo, con sus propias manos y tomando el tronco de un olivo plantado en esa habitación como sostén de su armazón.

Sigue el poema; “Tal es la señal que te doy; pero ignoro, oh mujer, si mi lecho sigue incólume o ya lo trasladó alguno, habiendo cortado el pie de olivo. Así le dijo, y Penélope sintió desfallecer sus rodillas y su corazón al reconocer las señales que Ulises daba con tal certidumbre”.

Es el instante de la certeza de que se trataba de aquel a quien esperaba. Y esto no es ino por una traza, una marca ajena al cuerpo de ambos pero que da cuenta del lazo que los une. Y refleja un modo de certidumbre, no desde lo real, como demandaba el Capitán, en la obra de Strindberg, sino desde lo simbólico. Entiendo al olivo como ese ojeto significante de la alianza entre ambos. A través de él la palabra dada sigue vigente.

Penélope y Ulises comparten un secreto, garantía de la unión. Laura, tal vez no le fuera infiel a su marido; y Penélope, podría haberlo sido, tomando en cuenta las oportunidades que no le faltaron. Pero no se trata aquí de esto, fidelidad o infidelidades, sino del reconocimiento de la alianza, que los constituye como esposo-esposa y padre-madre. Importan entonces, las marcas de esa alianza que no dejarán de tener consecuencias sobre los hijos que de tales uniones advengan.

La Odisea trata sobre esto, porque además del happy end necesario a todo poema épico de raíces populares como es, y más allá de toda moral que pueda extraerse del texto, encontramos en él posiciones diferentes con respecto al lazo conyugal, y consecuentemente, a los lazos filiales.

Todo el poema es una contraposición entre Odiseo y Agamenón, como entre Penélope y Clitemnestra, como entre Telémaco y Orestes, con sendos dioses que acompañan el contrapunto: Atenea y Poseidón.

Sabemos la suerte que corrió ese otro triángulo, el asesinato adúltero no dejó lugar al hijo Orestes para otra acción que la venganza de su padre en un matricidio, pero esto ya es para otro trabajo.

“Se nos dirá ante esto que se pone precisamente el acento en el lazo de amor y de respecto por el cual la madre pone o no al padre en su lugar ideal” dice Lacan, y tomamos esta objeción para contestarle también con una afirmación suya:
“... Pero sobre lo que queremos insistir es sobre el hecho de que no es sólo de la manera en que la madre se aviene a la persona del padre de lo que convendría ocuparse, sino del caso que hace de su palabra, digamos el término de su autoridad, dicho de otra manera del lugar que ella reserva al Nombre del Padre en la promisión de la Ley”.

Artículo publicado en la Revista Relaciones. Revista al tema del hombre, Montevideo, Uruguay, Número 86, julio 1991.
Artículo Publicado en “El Padre en la Clínica Lacaniana”, por la Escuela Freudiana de Buenos Aires. Homo Sapiens Ediciones. Rosario. 1994.

No hay comentarios: