Vuelta a vuelta andamos por la vida con una idea de tiempo lineal que no ofrece muchas posibilidades al espíritu. La idea de viejo y nuevo siempre suena a tufillo de que todo lo que es pasado pasó y el presente es este minúsculo instante a la vez eterno, y luego vendrá el futuro siempre prometedor de llegar y no llega.
¿Alcanza esta idea del tiempo a reflejarnos? ¿Será viejo lo que pasó simplemente porque el año cambió de número? Habrá que ver qué de aquello que pasó hace tiempo está vigente y vigoroso o tan estropeado y vetusto como para descartarlo, porque si pasó sin dejar rastros, ni siquiera habrá existido para el recuerdo.
Este elogio está dedicado a una práctica que allá lejos y hace tiempo ocurría en el barrio de San Telmo. Poco del San Telmo de hoy turístico y rentable. Ese San Telmo oscuro, donde casi nadie andaba por la calle por las noches. Corría el inicio de los noventa. La práctica de Cochabamba iba de las 21hs hasta medianoche.
La práctica funcionaba en el Club General Belgrano, en el que creo todavía atiende la barra el mismo simpático matrimonio. Los sánguches, las tartas, las empanadas que preparaban se liquidaban pronto. Recuerdo los pequeños rituales en un lugar donde todo parece que está ahí desde siempre y para siempre. Esa idea de perennidad se contrapone con esta sensación de circunstancial lugar mítico que me parece ahora Cochabamba.
Las prácticas de Gustavo y Olga, los lunes y viernes, y de Mingo y Esther, los martes y jueves, fueron decisivas para muchos que en esa época se acercaban al tango.
Nos reuníamos allí algunos de los que yirábamos, tarde o temprano, por los mismos lugares. En Cochabamba bailaban “milongueros” a los que les gustaba bailar todos los días, como Teté, Hector Chidíchimo, otros de los que no recuerdo el nombre, porque en ese lugar, no importaba el nombre, la profesión, el origen social, sólo importaba el tango. Allí estaban los que luego serían maestros, inventores, experimentadores, bailarines profesionales, los que después se llamaron del tango milonguero, los que después se llamaron del tango nuevo, los que después no se llamaron de ninguna manera... los famosos y los no tanto... los que poblaron diversas partes del mundo llevando su tango y también los que no. Allí estaban para practicar, y pocos lo hacían con vistas a su profesionalidad. La mayoría eramos aficionados, nada más.
Allí todos bailaban con todos. Todos los estilos, todas las mugres, todos los laureles, todas las experiencias se mezclaban.
También estaba “Terminator” como bautizamos algunas chicas a un señor que sólo podía bailar con las recién llegadas. Después de un tiempo ninguna quería bailar con él, pues honraba a su apodo: exterminaba a la bailarina. Su estilo de tango era tan terminator como su actitud, pues no recuerdo que haya dejado de invitarme a bailar pese a reiteradas negativas por años. Terminator era parte del paisaje humano. Nadie le hubiera impedido la entrada por impresentable, o por su forma de bailar, o por su aspecto. Claro que rompía un poco la paciencia. Pero qué hubiera sido de esa práctica si él no hubiera estado allí suplicante y nosotras, indiferentes, rehusantes. No sé si alguien conoció su nombre. Porque simplemente él iba a bailar. Tendría algo más de 70 años y un espíritu jovial a prueba de decepciones que más de uno hubiera querido tener. No había rechazo, hasta el más ofensivo, que hiciera mella a su sonrisa y a sus ganas de estrujar entre sus brazos a alguna chica.
No conocíamos el nombre de Terminator como tampoco el de la mayoría. De algunos apenas el apodo. Lo más importante estaba en otro lado. En bailar, en practicar, en aprender. El clima era informal, pero no con la impostura de informal de algunos lugares actuales, muy casual, muy cool, muy sauvage, muy decontractée, pero muy, muy artificial. En esa época ese lugar era así porque era así. Porque nos mezclábamos, porque nadie era más que otro.
He estado viendo videos de la clase de Gustavo y Olga en 1992 y se ve un caldo de cultivo, un estado de fermentación. No hay etiquetas, ni imposturas. Se ven principiantes y posgraduados. Se ve la gente tomada por la pasión del baile, del encuentro con el otro. Las ropas son simples, de todos los días, no hay tacos de 10 cm, ni medias de red, ni polleras con tajo, ni pantalones enormes ni zapatillas para mostrar la juventud. Se mezclaban las edades sin ningún prurito, sin ninguna exterioridad. También los profesores eran así. Tanto en la práctica de Mingo y Esther, como en la de Gustavo y Olga. La práctica era interrumpida en algún momento por algún paso, o alguna enseñanza que mostraba una secuencia, figura, o alguna indicación para el baile y luego todos continuábamos bailando. El profesor estaba cuando uno lo requería. Ibamos como a una milonga a bailar con los buenos, porque había excelentes bailarines y con los no tan buenos, eventualmente con los maestros. Se bailaba como en una milonga, como en una práctica, como en una clase mientras se comían las tartas, empanadas o sánguches antes que se terminaran.
Este Elogio a la Práctica surge al calor del recuerdo de Cochabamba 444, pues eso que fue allá lejos y hace tiempo, es bastante más informal, juvenil, vital, entusiasta que algunos lugares contemporáneos. Algunas prácticas o clases son formales en su informalidad. El ritual pasa más por la exterioridad que por el genuino interés del baile. Suele verse que la pilcha, ya sea la pollera con tajo, sandalias o zapatillas de moda, o el hábito casual cuentan más que el baile. También se exige al profesor que garantice que haya parejas para todos. En Cochabamba la mayoría de personas iba sola y allí veía lo que pasaba. Se iba a la aventura, a bailar con el que cuadre. Si no se puede bailar uno no le reclama a nadie, pues se la banca.
Ese mundo, en el que cada uno se las tiene que arreglar, es al mismo tiempo el mundo en el que todos nos las tenemos que arreglar y por eso nos encontramos y nos disponemos bien al encuentro. Eso es lo que me hace escribir este Elogio. Veo que la gente no va a aprender a bailar tango si no está en pareja. O en las clases las parejas no se separan. Se reclama paridad como si el hecho de estar solo fuera un pecado y hubiera que garantizar que no se note. El planchar es parte del gaje del oficio del bailarín. Tanto para el hombre como para la mujer. Salir al ruedo del baile es arriesgarse a que pase lo que tiene que pasar.
En Cochabamba se cobraba muy poco. Así y todo algunos se iban sin pagar. A la salida nos acercábamos a la puerta a pagar directamente en mano a los maestros o a alguno de sus asistentes. No me pareció que el dinero fuera un tema importante en esa época, aún cuando lo fuera. No parecía que la clase o la práctica bailara al compás del business. El único negocio que hacíamos, y lo hacíamos todos, era practicar y aprender, también los maestros. Esa ganancia sigue siendo a mi modo de ver, la rentabilidad más alta que da el tango a todos los que lo practican con entusiasmo. En Cochabamba había buena onda. No había onda cool porque está de moda y somos jóvenes. Tampoco había onda “somos los mejores”. Tampoco había la onda de la formalidad porque somos tradicionales. Había respeto, buena onda, espontaneidad. Nadie obligaba a nada. Era pura construcción colectiva de un espacio.
Todos bailábamos todo. Es decir, lo que se reconocía como tango en ese momento. Que no era poco. Luego creció y creció tanto no sólo para adquirir conciencia de su valor y evolucionar en su forma, sino también creció como para fijar códigos, armar sectas, abrir mercados, etiquetar estilos.
Hago el Elogio de la Práctica pensando en la Cochabamba 444 de esos años, porque ahí se gestaba, se crecía, se evolucionaba. Había jóvenes y había viejos y había de todos los estilos. Mejor dicho, no se hablaba de estilos, no existían aún las separaciones, pues no se habían inventado aún los nombres para separar.
Entonces lo nuevo y lo viejo... ¿dónde está? Allí estaba lo nuevo, allí sigue estando lo nuevo, en esos lugares donde se baila tango con entusiasmo, con ganas de aprender, de practicar, de bailar. Ahora se ve a algunos que bailan un estilo llamado “nuevo”, sin la música, sin exigencias, sin entusiasmo, sólo en pura exterioridad.. Y me parece que es viejo, porque viejo es lo que no sirve, lo que no apasiona. También me parece que es viejo pretender imponer códigos a la fuerza, cultivar un espíritu de elite, cerrarse porque aquí sólo bailan los mejores, pretender que se posee el tesoro y no compartirlo. Porque también viejo es lo que no se modifica, lo que se cierra sobre sí.
Es tiempo de recuperar esas cosas viejas que tan bien fueron hechas y que han resultado tan innovadoras, frescas. Reeditar Cochabamba 444 de aquellos tiempos será difícil, pero vale la pena recuperar ese espíritu.
Fragmento del libro "Tango. Arte y misterio de un baile", editorial Corregidor, 2011.